Amores imparables
Yo no quiero que te vayas, pero tampoco quiero retener tu
llama para que otros nunca conozcan tu fuego, ni mojar tu pólvora para que no
prendas junto a nadie.
No quiero eso, ni tampoco llevarte de la mano hacia ninguna
parte. Solo te dejaría irte de aquí para que fueras a buscarte —si así lo
necesitaras— porque significaría que a mi lado no obtienes las respuestas que
precisas.
Cortar el vuelo hacia uno mismo a la persona a la que amas
es parecido a escribir su nombre con el bolígrafo que certifica una condena.
No quiero perderte, pero no te quedes junto a mí si la
fuerza que te empuja no te impulsa a donde ya estuvimos, si tus pies no
prefieren caminar en dirección hacia nosotros.
Si esto no te mueve no lo hagas, no vengas hacia aquí, dime
adiós y no mires atrás y déjame que aprenda, que aprenda de una vez que echar
de menos no es otra cosa que el peaje de una felicidad que ya ha partido.
Déjame solo y vacío sin canciones que maquillen el fracaso.
Me sentiré querido si te vas de esta manera, si no permites
que la compasión te mantenga junto a mí, si eres capaz de arrancarme la
esperanza de una vez en lugar de rompérmela con pequeños golpes que hagan
llevadera la derrota. Porque la derrota nunca es llevadera, es solo un dialecto
del fracaso. Si sientes culpa, no la sueltes con una despedida a medias,
marchándote un poco el martes y volviendo mañana, para dejar la foto el jueves.
No me dejes como quien deja irse deshaciendo en su boca el caramelo del
remordimiento, ni te vayas yendo lentamente, poniendo al futuro sobre aviso.
No me entregues la soledad por fascículos, no lo dilates. Yo
quiero que asumas la culpa y la bondad que hay en ello, desamor sin maquillaje,
la verdad sin photoshop.
No te quedes junto a mí, te lo ruego, no lo hagas si es así
como te sientes.
Pero si no es esto lo que te aleja, si solo es temor a que
el fracaso muerda un día nuestras noches, si temes que sea yo quien se despida,
o si lo que te aleja de mí es, por ejemplo, el pasado sujetándote el vestido, o
el zumbido que rodea a los que aman y fueron desamados, entonces quédate y paga
al corazón lo que te exija.
Y si se acaba da gracias al final por el regalo que el amor
nos puso entre las manos. Que no hay gloria mayor que la que ofrece el amor
cuando se da, ni dolor más merecido que el que viene cuando el dedo del adiós
toca el timbre de tu casa.
Me dicen que es de tontos tropezar tres veces con la misma
piedra, pero es que tú eras una piedra sobre la que merecía la pena caer,
resbalarse, hacerse herida.
Porque hay personas que merecen nuestra herida, personas que
mancharon todo de felicidad, y contrataron la alegría y la volcaron sobre ti
como quien arroja un cubo de esperanza, personas que empapan tu vida con su
risa y ahora que no están no dejan cuerda de tender donde seque esta tristeza.
Y dueles. Claro que dueles. Como un regalo que al abrirlo
está vacío, como el premio que te sacan de las manos. Dueles.
Pero yo sé que solo hay miedo tras tu huida, que me tiras
las flores de los tiestos por el miedo a que no haya champán con que regarlas,
que tu huida es un descanso, que el amor se toma un tiempo sobre ti para que
los temores no caven más hondo que tus entrañas.
A veces no hay parejas que no se amen sino temores que nos
vencen.
Pero siempre vuelves, siempre llegas de nuevo para estampar
en mi cuarto el paraíso, para darle un nuevo orgasmo a mi memoria, un motivo
más para creer.
Y sé que no es fácil, que me hago herida nuevamente en cada
travesía desde mi lengua hasta la nada, pero me curas de nuevo en tu viaje de
vuelta hacia nosotros, me curas, muerdes mis heridas y las arrancas de golpe y
allí donde había piel rota y soledad solo encuentro piel nueva, alma
restaurada. Por eso acepto todo lo que caiga sobre mí cuando te vayas.
Acepto que me elijas y me sueltes, que la felicidad sea un
disparo, lo que dure este momento.
Acepto las tres llamadas pendientes que cuelgan de mi vida
con las que no sé qué hacer para que no revientes de pasado el paisaje. Y
también los domingos en que siento que la vida está comunicando.
Lo acepto todo si eso abre la puerta a que mis lunes sean
tus lunes y tu foto tu desvelo y mis guerras un motivo por el que hallar la paz
contigo.
Vuelvo a ti porque no es posible ponerle vallas al amor y
cada uno elige el modo de volarse y no lo entienden.
¿Dependencia? Por supuesto.
De la felicidad que traes, de ser nosotros, posiblemente.
Por eso vuelvo a ti, a chocar de frente contra la felicidad,
a caer de boca contra la felicidad, a romper mis dientes contra la felicidad.
Me equivoque o no, para mí eres eso, la calle que conduce a
la felicidad.